En medio de los ruidos que
produce la vida necesitamos escuchar la
voz de Dios y - lo que es más importante - obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde
Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan
común en el Antiguo Testamento. Todos esos lugares físicos son controlados por
nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor
espiritual. No creemos que son lugares
inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia divina recogida
con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque
este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su
corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de
hombres que les ha sido enseñado;…”Isaías 29:13
El Señor quiere que nos
acerquemos a su presencia por encima de
los límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra
vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en
el Salmo 5: “… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré
delante de ti, y esperaré.”
La iglesia de Cristo tiene una
deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me
permiten el término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de
lo que “hacemos” muchas veces
distraídamente en eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de
oración!; hablamos de “estar” en la presencia de Dios. Eso es diferente a traer
una lista de peticiones para que Dios las resuelva. La honestidad nos impone reconocer que pasar
tiempo en el altar es una tarea supremamente difícil, básicamente, porque
atenta contra las puertas del mismísimo infierno.
Este será el primero de tres artículos que publicaremos sobre este tema.
La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a
orar”. Lucas 11:1 Aprenderemos con el Maestro y su
presencia nos llevará al corolario necesario de estar con Él; nos llevará a ser
santos, que es el primer fruto de ser cristianos.
Cuando leemos el capítulo 11 del
evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno
de los discípulos y Jesús. El Hijo de
Dios, - como era su costumbre - se había apartado a orar en un lugar solitario,
y el discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa petición a
Jesús: Señor, ENSÉÑANOS
A ORAR como Juan enseñó a los
suyos.
Este es un incidente demasiado
serio, con un valor sustantivo muy denso, el cual merece nuestra máxima
atención, porque pone en boca de una persona que tiene, al menos, tres
características: a) Es un adulto, b) Es un judío y c) Es un discípulo de
Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo que
representa, (enséñanos) no saben orar.
Si una persona con esas
credenciales declara que no sabe orar, entonces eso nos plantea preguntarnos
qué era lo que sabía y que era lo que ignoraba acerca de la oración.
Evidentemente, como judío había aprendido largas oraciones de memoria que se
hacían en horas fijas y con la mirada
hacia Jerusalén. Eso representaba el
entorno social y religioso, más no la esencia de la oración. Eso era la
religión de la oración.
Justamente, ese es el sentido de
la petición de los discípulos. Saben
hacer oraciones con rígido respeto a formas religiosas, pero sólo cuando vieron
orando a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no
funcionaba, y por eso le piden ayuda.
¿Qué fue lo que impactó a los
discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su contenido, o fue acaso su
disciplina? Esto nos permite hacer una
diferenciación pedagógica de primer
orden. Hay una diferencia sustancial
entre orar (a secas) y tener vida de oración.
Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero pocos, en realidad,
tienen vida de oración.
Nadie exhibió jamás un reverente
respeto por la disciplina de la oración como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba consuetudinariamente tiempo de su apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia
del Padre. Siempre tuvo el cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le
correspondía. Comprendía que la oración
utilitaria cuyo sentido es obtener favores del cielo no es suficiente para ser
un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando, o se
levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo
ocuparan. Naturalmente que esa práctica
espiritual producía un nivel ministerial
particular. Jesús creyó que Él
necesitaba orar intensamente. Entendía
que el hecho de ser Dios mismo no lo
eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se había despojado de su
gloria. No podía usar su divinidad para
facilitar su ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía.
Si el Hijo de Dios tenía vida de
oración, ¿Será que nosotros podremos sacar de su ejemplo alguna lección?
Los discípulos se dieron cuenta
de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron
orando a Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba la oración en un
pedestal muy alto, mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una
religiosidad tradicional. La respuesta
del Maestro fue sencillamente impresionante.
No les dijo – por ejemplo - lo que nosotros tenemos años enseñándolo a
la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso
es tan superficial como decir que comer es abrir la boca.
El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos
la respuesta de Cristo ante la importante petición de sus seguidores: El Hijo
de Dios no se fue por las ramas. Antes
de enseñarles propiamente a orar les
hace tres advertencias:
1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje, para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la vida.
Jesús habla de oración privada,
íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración
voluntaria. Habla de un tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de
Dios. Con toda seguridad que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya
referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en su
apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia
de su Padre. Nunca permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo
para estar en oración.
2ª. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Mateo 6:5. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales”. Toda intención que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para impresionar a la gente.
3ª. “Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”. Mateo 6:7. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso. Cuando ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.
Los discípulos habían orado
durante toda su vida, pero la vida de oración de Jesús les hizo entender que
ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Hay
gente que se ha pasado toda la vida en la iglesia y descubren, después de mucha
práctica religiosa, que tampoco saben orar.
Antes de finalizar la primera
parte de este estudio sobre la vida de oración que a Dios le agrada queremos
preguntarte ¿Estás dispuesto/a a dejar que el Señor te enseñe a orar como
enseñó a los discípulos? ¿Puedes reconocer delante de Él, al igual que los
discípulos, que a tu forma de oración le falta algo? Es nuestro deseo que seas
de corazón humilde y puedas dejarte enseñar por nuestro Señor Jesucristo, a mi
me costó pero también lo hice; acepté Su forma de orar rechazando la manera
religiosa en que yo lo hacía.
Esperamos que este artículo te
haya ayudado y te invitamos a que no te pierdas la segunda parte.
Por el pastor Néstor Blanco
¡Dios te bendiga!