Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Romanos 1:16-17 (RVR1960)
En el libro de los
Hechos vemos el avance del evangelio de una forma extraordinaria: Todo lugar en
donde se anunciaba el evangelio era tocado por el poder de Dios. Toda persona
que oía el evangelio era quebrantada por la presencia de Dios. Todos los enfermos
a quienes se les anunciaba el evangelio eran sanados por el poder de Dios.
Eran tiempos en donde predicar y oír el evangelio convertían una ocasión ordinaria, en un evento extraordinario: la gente se convertía, los enfermos eran sanados, la opresión del diablo era abolida; la iglesia causaba un impacto tremendo en donde quiera que se paraba a anunciar el evangelio.
¿Cómo podía el anuncio
del mensaje de un Jesús crucificado trasformar de manera tan notable la vida de
aquellos que le atendían? No había duda, ¡Jesús había resucitado! Y el poder
del Padre que resucitó a Jesucristo, era el poder que saturaba, que bendecía,
que adornaba y daba vida al anuncio de la buenas nuevas de salvación en
Jesucristo. Cristo vive y su evangelio está lleno de la vida que solo produce
el poder de Dios. El oír el evangelio era un encuentro con el Cristo del
evangelio.
Si nos preguntamos en
este momento cómo hicieron los cristianos primitivos para anunciar el evangelio
con tal vehemencia, pasión, entrega y eficacia encontraríamos las siguientes
causas:
1. ERAN CREYENTES
SATURADOS DEL ESPÍRITU SANTO.
Los primeros
cristianos resplandecían con la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Hechos 2:4, nos dice: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo...”; esto también lo confirma en Hechos 4:31, “...y todos
fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo
la palabra de Dios”; podemos ahora mismo enumerar la larga lista de creyentes y
experiencias en el libro de los Hechos, en donde todos los cristianos eran
saturados por la llenura del Espíritu Santo. Jesús les había dicho:
“recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...” (Hechos. 1:8). Esta promesa no fue
solo para los apóstoles, ni solamente para los pastores o líderes de ese
tiempo. Esta promesa era y sigue siendo para toda iglesia que quiera predicar el evangelio, para toda iglesia que quiera ser testigo de Jesucristo, para toda iglesia que reconozca la necesidad de alcanzar
al mundo entero para Cristo. La calidad y veracidad de nuestro cristianismo
radica en vidas llenas del poder del Espíritu Santo.
¿Crees ser un
cristiano de calidad? Tienes que dar testimonio de la llenura del Espíritu Santo en tu vida. La iglesia verdadera siempre va a predicar el
evangelio, porque los creyentes verdaderos que la componen siempre están
anhelando, buscando, ardiendo y llenándose de la presencia del Espíritu de
Dios.
2. ERAN CREYENTES QUE
ANTEPONÍAN, ANTE TODO, SU OBEDIENCIA A DIOS.
Bien podrían estar
preocupados por toda la oposición que les sobrevendría y cómo la enfrentarían.
Bien podrían poner como excusa que nadie querría oír el evangelio, porque eran duros de corazón. Bien podrían haber pensado, “si a Jesús no le hicieron caso,
menos a nosotros...”, “si él no pudo, qué vamos a poder nosotros?”. Nunca
leemos en ningún pasaje que los creyentes de la iglesia primitiva titubearan en cuanto al cumplimiento de la gran comisión. Hoy
tenemos muchos creyentes que titubean, pero es por la falta de poder en sus
vidas, por su mal testimonio, por su inconsistencia, porque no son obedientes a
Dios.
Para los primeros
cristianos, obedecer a Dios no era una opción... ¡era una prioridad! Obedecer a
Dios no era cuestión de tiempo... ¡era ahora! Para ellos era tiempo de obedecer
a Dios. No hay tiempo para decidir si obedecemos o no a Dios; la prioridad de
todo creyente es desde un principio, obedecer a Dios.
Pedro y los apóstoles
nos impresionan con su respuesta ante el Sanedrín: “Es necesario obedecer a
Dios, antes que a los hombres” (Hch. 5:29). El creyente debe estar convencido
de esta verdad si quiere vivir en el poder del evangelio, ya que nadie que no obedece
a Dios, puede ser llenado con su Espíritu. El mismo Pedro nos enseña esto en
Hechos 5:32: “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”.
La obediencia a Dios
nos lleva a aceptar a Cristo como Salvador, nos lleva a consagrarnos, nos lleva
a ser llenos del Espíritu Santo y como consecuencia nos lleva a vivir en el poder del evangelio.
3. ERAN CREYENTES
QUE ESTABAN DISPUESTOS A PAGAR EL PRECIO DE SER TESTIGOS DEL EVANGELIO.
Usted que ha leído la
Biblia, sabe que hay un costo del discipulado. Vivir en el poder
del evangelio, queremos decirte, no es barato. El precio es bastante alto y
requiere una voluntad completamente rendida
al Señor. Requiere de consagración total si no quieres fracasar.
El fracaso actual de
muchas iglesias no son los resultados que viven, sino
que dichos resultados son consecuencia de su fracaso. Son sus miembros, de
estas iglesias, que han fracasado en rendir sus vidas a
Dios, no obedecen a Dios, fracasan no permitiendo que el Espíritu de Dios los
llene y los capacite para hacer la voluntad de Dios, fracasan al no estar dispuestos a pagar el precio de ser testigos
de Cristo.
Podemos afirmar que
los primeros cristianos tuvieron éxito. Siempre valoramos el éxito en términos
de resultados. Pero desde nuestro punto de vista, el éxito de la iglesia primitiva no son los resultados. Los
resultados fueron consecuencia del éxito. ¿Cuál fue entonces el éxito? Rendir
sus vidas a Dios, obedecer a Dios, permitir que el Espíritu Santo los llenara y los capacitara para hacer
la voluntad de Dios y estar
dispuestos a pagar el precio de ser testigos.
La palabra “testigos”
viene del griego “martures”, que significa: mártires. En cierto sentido podemos
afirmar que ellos no estaban dispuestos a dar su vida por Jesús, ¡Ya habían
entregado su vida a Jesús! Por eso Pablo enfatiza categóricamente: “Con Cristo
estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí...” (Gál.
2:20).
Si nos preguntáramos:
“¿estoy dispuesto a dar mi vida por Cristo?” Primero tendríamos que responder a
esto: “¿he entregado mi vida a Jesús?” Si no estamos seguros de nuestra
respuesta a esta pregunta, no podríamos dar nuestra vida por Jesús ni vivir en
el poder del evangelio.
CONCLUSIÓN:
“Vivir en el poder del
evangelio”, suena muy bien. Si preguntamos en esta hora, “¿cuántos de los que
están leyendo esto quieren vivir en el poder del evangelio?”; tal vez no tu boca, pero
sí, en tu corazón ardería un estruendoso “Amén”. Y eso es lo que queremos en este
momento, que nuestros “amén”, salgan de lo más profundo de nuestro corazón para
con Dios.
Dile amén a Dios y a su Palabra desde tu corazón, ya que él mismo te
dice: “Dame hijo mío, tu corazón”. Quizás tu preguntas: “¿qué quieren decir
con esto?”. Si te preguntamos: ¿Quieres vivir en el poder del
evangelio? Emocionalmente me dirás “amén”. Si te preguntamos: ¿Crees que debes
vivir en el poder del evangelio? Racionalmente me dirás que sí. Pero si te
preguntamos: ¿Estás dispuesto, desde hoy, a vivir en el poder del evangelio? Para
responder esta pregunta, tus emociones no son suficientes; tu razonamiento
puede confundirse... ¿cómo puedes responder está pregunta? ¡Con tu voluntad! No es cuestión de sentirlo solamente, no es cuestión de
pensarlo... ¡es cuestión de decidir! Si no puedes responder desde tu corazón,
simplemente no puedes hacerlo, o no sientes hacerlo, o no piensas hacerlo. Pero
si respondes desde tu corazón que estás dispuesto, desde hoy, a vivir en el
poder del evangelio... ¡creemos que estás comenzando tu consagración! ¡creemos que
estás rindiendo tu voluntad para hacer la voluntad de Dios! ¡Creemos que estás contestando como el profeta Isaías cuando el Señor pregunta: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí" (Isaías 6:8)
Entonces te preguntamos:
¿Estás dispuesto, desde hoy, a vivir en el poder del evangelio?
¡Dios te bendiga!