lunes, 10 de agosto de 2015

Amando a mi esposa como Dios manda.


Cuando estamos enamorados los hombres hacemos hasta lo imposible para que la chica que nos gusta nos apruebe. Le dedicamos menos tiempo a nuestros familiares, a nuestros amigos e incluso a nuestros empleos, con el fin de pasar tiempo con nuestra “ayuda idónea” (pues así es como los cristianos las vemos). Toda nuestra vida gira en torno a esa chica que nos hace suspirar, nos pasamos el día y la noche pensando en ella, construimos sueños de cómo queremos que ella se sienta en el mañana. La incluimos en todos nuestros planes; la vemos como una reina, decimos: “En mi vida, después de Dios va ella”.


Cada cosa que planeamos le preguntamos: “Amor ¿Cómo te gusta a ti? ¿Cómo te gustaría que hagamos esto? ¿Dónde quieres que vivamos?, etc.” Y realmente le preguntamos porque queremos que sea como a ellas les gusta. Nos damos para ellas, estamos dispuestos a darles mucho más de lo que recibimos. Se vuelven tan importantes para nosotros que a veces hasta descuidamos nuestro tiempo con Dios por dedicarles más tiempo a ellas.

Pero al pasar el tiempo, a medida que los años van pasando (algunos en muy poco tiempo, otros en un tiempo considerable) todo esto se desvanece, quien fue en su momento lo más importante en nuestra vida, pasa a ser sólo alguien más de la familia; una persona con la que tenemos un compromiso. Ahora le quitamos tiempo a ella para dedicarnos más al trabajo, a los amigos y al “ministerio” (las comillas son a propósito).

Ahora importa poco lo que ellas opinen con relación a los planes que hacemos porque “las mujeres no saben de estas cosas” decimos. Hasta he escuchado a algunos decir: “hago esto para cuidarla de ella misma”, como si quisiéramos hacer notar que ellas perdieron la capacidad de hacer las cosas o si ya no pueden cuidarse por sí mismas. Opinan de ellas de manera ofensiva al decir: “esa mujer es un problema”. Se sustituye el “mi reina”, “mi amor”, por “esa mujer”.

Creo que en primer lugar debemos reconocer que el amor es el fundamento de los deberes que tenemos para con nuestra esposa. El Amor de un esposo para su esposa es particular a esta relación. Hay una razón principal que debemos saber como esposos piadosos. Tú estás casado con ella y Dios te ordena que ames a tu esposa. Aún cuando sus encantos ya se hayan perdido de muchas maneras. En otro orden, en este deber de amar a tu esposa, debes hacerlo amando su cuerpo como su alma. De esta manera harás justicia a ella. Debes amar a tu esposa a tal grado que ese amor esté sobre todos los demás, incluyendo a tus padres y a tus hijos; y ciertamente sobre cualquier persona fuera de la familia.

Proverbios 5:19 dice: “…En su amor recréate siempre”. ¿Qué duración debería tener este amor para con mi esposa? ¡Siempre! Esto es no solo cuando estamos reunidos en público, sino también en privado. No por un tiempo de meses o años. Es hasta la muerte. Tu amor debe aumentar diariamente, incluyendo en la vejez. Cuando ya la hermosura no sea la misma y sus fuerzas se debiliten. ¿Porque no amarla en sus arrugas y enfermedades? El amor del marido para con su esposa debe ser perpetuo. Como Cristo amó a la Iglesia (Efesios 5:25). La sustenta y regala como también Cristo a la iglesia. Después de todo somos con ella una sola carne. Una sola carne, esto es una sola persona contigo. Pablo está diciendo aquí: “Esposo cristiano, tú necesitas amar  y cuidar a tu esposa con la misma intensidad con la que de manera natural cuidas y amas tu propio cuerpo”.  Te aseguras de satisfacer sus necesidades para que funcione y crezca adecuadamente. Eso es lo que hace Cristo por su iglesia y esta es la manera en que Dios nos llama a pensar de nuestra esposa y a conducirnos con ella.

Hay una verdadera tentación en el ministerio, de pasar tiempo ministrando a aquellos fuera del hogar, en detrimento de ministrar a aquellos dentro de nuestra casa. Si permitimos que las necesidades de nuestras congregaciones o de nuestros empleos dictaminen nuestras agendas, ignorando nuestras responsabilidades en casa, puede ser algo pecaminosamente justificado.

Recuerda, a fin de ser calificado como ministro del pueblo de Dios, uno “Debe dirigir bien a su propia familia, y que sus hijos lo respeten y lo obedezcan. Pues, si un hombre no puede dirigir a los de su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?” (1 Timoteo 3:4-5, NTV)

También recuerda que quienes predican el evangelio no deberían socavarlo rechazando amar a sus esposas como Cristo ama a la iglesia.

Tarea para los esposos:

Aquí podríamos enumerar muchas cosas prácticas que nos ayudarían. Pero la verdad es que, como hombres no tenemos un buen concepto de la palabra “cuidar”, ya que muchas veces ni siquiera cuidamos nuestro propio cuerpo. Pero pongámoslo en perspectiva para entenderlo: Muchas veces nosotros dedicamos esfuerzo, tiempo, dinero para cuidar de nosotros mismos. Hay necesidades, deseos, aspiraciones y esperanzas; cuerpo y comodidad son importantes para nosotros. Cuando tengo hambre como, cuando tengo sed la sacio. Cuando estoy cansado duermo. Cuando me lastimo, limpio mi herida y la cubro. Esto es de manera natural como cuido fervientemente mi cuerpo y lo sustento. Este es el tipo de cosas que tienes que hacer para con tu esposa, puesto que ella es ahora hueso de tus huesos y carne de tu carne (Génesis 2:23).

Como cristianos e hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de día tras día amar a nuestra esposa con el tipo de amor sacrificial que Dios requiere.

Si la manera en la que tratas a tu esposa es diferente a cuando empezaron, entonces debes reconocer que estás ejerciendo mal tu sacerdocio y que debes arrepentirte y pedirle perdón a tu ayuda idónea. Recuerda que Dios por quien primero te pedirá cuenta será por ella.

¿Amarás a tu esposa como Dios manda?


¡Dios te bendiga!