lunes, 30 de enero de 2017

Cuando honrar a mis padres es un desafío


Qué fácil resulta amar a nuestro prójimo cuando es bueno con nosotros ¿Verdad? Y por otro lado, qué difícil es cuando hay gente que no nos ama y aun así debemos amarlos para permanecer en obediencia hacia nuestro Dios.

Pero ¿Qué sucede cuando ese prójimo es alguno de nuestros padres (o ambos) y el trato que recibimos de su parte no fue el que hubiéramos querido que nos den?

Podría enumerar el tipo de maltratos que pudimos haber recibido de nuestros progenitores a lo largo de nuestra niñez y/o adolescencia pero quiero enfocarme en lo que pasa en el corazón de un hijo o una hija cristiano/a que se ve en medio de un conflicto entre el mandamiento de honrar a sus padres y lo que pasa por su mente y emociones cuando recuerda los daños que éstos le ocasionaron y el dolor que eso le trajo.

Impotencia, angustia, resentimiento y hasta odio son algunos de los sentimientos que te abruman cuando recuerdas aquellas cosas por las que tuviste que pasar en los primeros años de tu vida. Injusticias que te llevaron a prometerte que nunca serías así con tus hijos, palabras hirientes que te marcaron hasta lo más profundo y que incluso las creíste por pensar que si venían de tus padres tenían que ser ciertas. Golpes que te dolieron más en el alma que en el cuerpo porque en realidad no te los merecías, descargas de bronca de sus frustraciones que pagabas tú por el simple hecho de ser hijo, desprecio, indiferencia,  o incluso abandono.

Frente a esta realidad ¿De qué manera puedo darles el trato que Dios me demanda en su Palabra siendo que ellos fueron malos padres conmigo? ¿Cómo hago para perdonarlos cuando lo único que me sale es resentimiento por lo que me han hecho?

Y es aquí cuando mi mente vuelve a la historia de los dos deudores que se encuentra en Mateo 18:23-35.

El Señor Jesús les cuenta que había un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos y en eso le presentaron uno que le debía una cantidad de dinero considerable. Como no podía pagarla éste ordenó que tanto él como su familia fueran vendidos para que le fuera pagada la deuda. El siervo desesperado se postró en tierra rogándole que le tuviera paciencia y prometiéndole que le pagaría absolutamente todo lo que le debía. El rey le tuvo compasión y le perdonó la deuda.

Pero saliendo de allí, este hombre se encontró con un consiervo suyo que le debía muchísimo menos de lo que él debía al rey pero aun así comenzó a ahogarlo exigiendo que le pagara la deuda. Entonces su consiervo le suplicó que lo esperara y le pagaría todo. Pero éste no quiso y lo mandó a la cárcel hasta que pagara su deuda.

Viendo esto  sus consiervos, muy apenados, le contaron a su señor lo que éste hombre había hecho a su compañero. Indignado el rey lo mandó a llamar y le reprochó por qué no había tenido misericordia de su compañero siendo que él le había perdonado semejante deuda. Entonces lo entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que debía.

Y allí Jesús cierra con una verdad que muchas veces olvidamos y que tanto nos cuesta entender.

“Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”
Mateo 18:35

Aplicación personal

El pasaje dice que el rey fue movido a misericordia ante el ruego de este siervo que no tenía manera de pagarle tal suma. Aquí podemos ver a nuestro Padre amoroso extendiendo su perdón para librarnos del peso de nuestro pecado y hacernos totalmente libres. Sin embargo, luego de tremenda demostración de gracia en la que Cristo tomó nuestro lugar, podemos ver nuestra maldad al no perdonar a nuestro prójimo.

Tal como ese siervo hizo con su compañero, muchas veces, nosotros agrandamos las cosas que nos han hecho sin tener en cuenta que con nuestros pecados ofendimos a Dios y que si no hubiera sido por su perdón no hubiéramos sido libres de aquella deuda tan grande que debimos haber pagado con nuestra vida. Cuando merecíamos la muerte como paga de nuestro pecado, Dios envió a su Hijo para que tomara nuestro lugar. ¿Te das cuenta que lo que nuestros padres nos hayan hecho es considerablemente menor a la deuda que teníamos con Dios?

En esta historia podemos ver claramente que quien no perdona está en prisión, esclavo por el odio que es un pecado. ¿Qué nos libera de esa prisión? El perdón, fíjate que para que el perdón de Dios esté limitado por nuestra falta de perdón esto tiene que ser un hecho más que fundamental para nuestra relación con Él. Directamente determina nuestro estado espiritual trayendo condenación si no perdonamos.

También hay veces que creímos haberlos perdonado y sin embargo de repente el resentimiento vuelve a surgir en nuestro interior, nos damos cuenta cuando extendemos el dedo acusador hacia ellos y, molestos, recordamos sus errores.

Recién una vez que perdonamos de todo corazón podemos honrar a nuestros padres, ¿En qué acciones se traduce esto?  En tratarlos bien más allá de lo que nos hicieron o nos sigan haciendo. La Palabra de Dios dice que venzamos con el bien el mal (Romanos 12:21). Jamás el mal fue vencido por más mal y aunque quizás nuestros padres no quieran acercarse a Dios o que ellos crean estarlo a su manera, nosotros debemos honrarlos hasta el último día de sus vidas.

Se puede
Recuerdo el fragmento de la película “Inquebrantable” de la vida real de Josh McDowell, en la que él le dice a su padre que lo perdona porque ahora Cristo mora en su corazón. Eso fue algo que no sólo lo tomó por sorpresa sino que no pudo entender, cómo su hijo podía estar diciéndole que lo perdonaba después de todo el dolor que le ocasionó. Días después estaba entregando su vida al Dios que había transformado a su hijo liberándolo de todo el pesar con el que cargaba y de la adicción al alcohol.  Para la gloria de Dios ese hombre no dejó de dar testimonio de lo que el Señor había hecho en su vida para asombro de todos los que lo conocían. 

Podrías decirme, sí pero tú no sabes lo que me hizo mi padre o mi madre. Y yo te diría, claro que no lo sé pero tampoco necesito saberlo porque en la Biblia no hay motivo alguno para no perdonar a nuestro prójimo. Nada de lo que te hayan hecho (por más horrible que haya sido) te justifica para dejar de perdonarlos y honrarlos. Obviamente esto no es lo que nuestra carne quiere escuchar y por eso se resiste, pues sólo quiere vengarse a toda costa. Lo que nuestra naturaleza caída quiere es “justicia” cuando la Palabra de Dios dice que nuestra justicia es como trapo de inmundicia delante de Él (Isaías 64:6).

Podemos pasar años lamiendo nuestras heridas diciendo que no podemos perdonar cuando la realidad es que no queremos hacerlo. Pero tenemos toda la capacidad de decidir hasta cuándo permitiremos que todo aquello nos siga dañando. Podemos incluso involucrarnos en la iglesia para servir a Dios y hacer muchas cosas, pero si no perdonamos a nuestro semejante Él no nos va a perdonar. 

Hay un detalle nada menor en la forma en la que el Señor comienza contando esta historia y que pasé por alto pero lo que lo traigo a mención ahora. Una vez que Jesús termina de decirle a Pedro que debemos perdonar a nuestro prójimo indefinidamente dice “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos…”. Esto quiere decir que en el reino de Dios así es como funcionan las cosas, si no perdonamos a nuestros semejantes directamente no somos perdonados, así de simple.

¿Cómo perdono a mis padres?

Cuando nos sentimos incapaces de perdonar a nuestros padres, el primer paso que debemos dar es pedirle a Dios que nos ayude, reconocer que si no nos da fuerzas no podremos hacerlo.  También debemos pedirle al Espíritu Santo que nos convenza de pecado por nuestra falta de perdón. Necesitamos vernos enfrentados ante nuestra propia maldad para caer rendidos ante el Señor con un corazón totalmente arrepentido. Como fuente inagotable de amor, necesitarás que el Señor te dé una mayor porción para mirar a tus padres con ojos de amor, unos que sean capaces de mirar más allá de las faltas, así como Dios hace con nosotros constantemente, y decidir amarlos a pesar de como sean.


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"Necesitamos vernos enfrentados ante nuestra propia maldad para caer rendidos ante el Señor con un corazón totalmente arrepentido".
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Claro que es doloroso, claro que cuesta dar el perdón a quien no parece merecerlo por nada del mundo. Pero justamente ahí es cuando nuestros ojos se vuelven a encontrar con la cruz y comprendemos que nosotros tampoco merecíamos perdón alguno por las tantas veces que le fallamos a Dios, y sin embargo, en vez de pagarnos con odio decidió amarnos. Antes de hacerse nuestro enemigo prefirió brindarnos su dulce perdón, sí, ese perdón que sana, que restaura cualquier relación, que da lugar a una sanidad completa y te hace completamente libre para vivir una vida en abundancia rebozando de paz, amor y gozo en el corazón.

Así que si eres cristiano o no y aún guardas resentimiento hacia tus padres o hacia alguno de ellos, es hora que lo saques de tu corazón y se lo entregues a ese Padre amoroso especialista en restaurar corazones y relaciones porque está deseoso de poder perdonarte.


¡Dios te bendiga!