Qué fácil resulta amar a
nuestro prójimo cuando es bueno con nosotros ¿Verdad? Y por otro lado, qué
difícil es cuando hay gente que no nos ama y aun así debemos amarlos para
permanecer en obediencia hacia nuestro Dios.
Pero ¿Qué sucede cuando
ese prójimo es alguno de nuestros padres (o ambos) y el trato que recibimos de
su parte no fue el que hubiéramos querido que nos den?
Impotencia, angustia, resentimiento
y hasta odio son algunos de los sentimientos que te abruman cuando recuerdas
aquellas cosas por las que tuviste que pasar en los primeros años de tu vida. Injusticias
que te llevaron a prometerte que nunca serías así con tus hijos, palabras
hirientes que te marcaron hasta lo más profundo y que incluso las creíste por
pensar que si venían de tus padres tenían que ser ciertas. Golpes que te
dolieron más en el alma que en el cuerpo porque en realidad no te los merecías,
descargas de bronca de sus frustraciones que pagabas tú por el simple hecho de
ser hijo, desprecio, indiferencia, o incluso
abandono.
Frente a esta realidad ¿De
qué manera puedo darles el trato que Dios me demanda en su Palabra siendo que
ellos fueron malos padres conmigo? ¿Cómo hago para perdonarlos cuando lo único
que me sale es resentimiento por lo que me han hecho?
Y es aquí cuando mi mente
vuelve a la historia de los dos deudores que se encuentra en Mateo 18:23-35.
El Señor Jesús les cuenta
que había un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos y en eso le presentaron
uno que le debía una cantidad de dinero considerable. Como no podía pagarla
éste ordenó que tanto él como su familia fueran vendidos para que le fuera
pagada la deuda. El siervo desesperado se postró en tierra rogándole que le
tuviera paciencia y prometiéndole que le pagaría absolutamente todo lo que le
debía. El rey le tuvo compasión y le perdonó la deuda.
Pero saliendo de allí,
este hombre se encontró con un consiervo suyo que le debía muchísimo menos de
lo que él debía al rey pero aun así comenzó a ahogarlo exigiendo que le pagara
la deuda. Entonces su consiervo le suplicó que lo esperara y le pagaría todo.
Pero éste no quiso y lo mandó a la cárcel hasta que pagara su deuda.
Viendo esto sus consiervos, muy apenados, le contaron a su
señor lo que éste hombre había hecho a su compañero. Indignado el rey lo mandó
a llamar y le reprochó por qué no había tenido misericordia de su compañero
siendo que él le había perdonado semejante deuda. Entonces lo entregó a los
verdugos hasta que pagase todo lo que debía.
Y allí Jesús cierra con
una verdad que muchas veces olvidamos y que tanto nos cuesta entender.
“Así también mi Padre celestial hará
con vosotros si no perdonáis de
todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”
Mateo 18:35
Aplicación personal
El pasaje dice que el rey
fue movido a misericordia ante el ruego de este siervo que no tenía manera de
pagarle tal suma. Aquí podemos ver a nuestro Padre amoroso extendiendo su perdón
para librarnos del peso de nuestro pecado y hacernos totalmente libres. Sin
embargo, luego de tremenda demostración de gracia en la que Cristo tomó nuestro
lugar, podemos ver nuestra maldad al no perdonar a nuestro prójimo.
Tal como ese siervo hizo
con su compañero, muchas veces, nosotros agrandamos las cosas que nos han hecho
sin tener en cuenta que con nuestros pecados ofendimos a Dios y que si no
hubiera sido por su perdón no hubiéramos sido libres de aquella deuda tan grande
que debimos haber pagado con nuestra vida. Cuando merecíamos la muerte como
paga de nuestro pecado, Dios envió a su Hijo para que tomara nuestro lugar. ¿Te
das cuenta que lo que nuestros padres nos hayan hecho es considerablemente
menor a la deuda que teníamos con Dios?
En esta historia podemos
ver claramente que quien no perdona está en prisión, esclavo por el odio que es
un pecado. ¿Qué nos libera de esa prisión? El perdón, fíjate que para que el
perdón de Dios esté limitado por nuestra falta de perdón esto tiene que ser un
hecho más que fundamental para nuestra relación con Él. Directamente determina
nuestro estado espiritual trayendo condenación si no perdonamos.
También hay veces que
creímos haberlos perdonado y sin embargo de repente el resentimiento vuelve a
surgir en nuestro interior, nos damos cuenta cuando extendemos el dedo acusador
hacia ellos y, molestos, recordamos sus errores.
Recién una vez que
perdonamos de todo corazón podemos honrar a nuestros padres, ¿En qué acciones
se traduce esto? En tratarlos bien más
allá de lo que nos hicieron o nos sigan haciendo. La Palabra de Dios dice que
venzamos con el bien el mal (Romanos 12:21). Jamás el mal fue vencido por más
mal y aunque quizás nuestros padres no quieran acercarse a Dios o que ellos
crean estarlo a su manera, nosotros debemos honrarlos hasta el último día de
sus vidas.
Se puede
Recuerdo el fragmento de
la película “Inquebrantable” de la vida real de Josh McDowell, en la que él le dice a su
padre que lo perdona porque ahora Cristo mora en su corazón. Eso fue algo que
no sólo lo tomó por sorpresa sino que no pudo entender, cómo su hijo podía
estar diciéndole que lo perdonaba después de todo el dolor que le ocasionó.
Días después estaba entregando su vida al Dios que había transformado a su hijo
liberándolo de todo el pesar con el que cargaba y de la adicción al alcohol. Para la gloria de Dios ese hombre no dejó de dar
testimonio de lo que el Señor había hecho en su vida para asombro de todos los
que lo conocían.
Podrías decirme, sí pero
tú no sabes lo que me hizo mi padre o mi madre. Y yo te diría, claro que no lo
sé pero tampoco necesito saberlo porque en la Biblia no hay motivo alguno para
no perdonar a nuestro prójimo. Nada de lo que te hayan hecho (por más horrible
que haya sido) te justifica para dejar de perdonarlos y honrarlos. Obviamente esto
no es lo que nuestra carne quiere escuchar y por eso se resiste, pues sólo
quiere vengarse a toda costa. Lo que nuestra naturaleza caída quiere es “justicia”
cuando la Palabra de Dios dice que nuestra justicia es como trapo de inmundicia
delante de Él (Isaías 64:6).
Podemos pasar años
lamiendo nuestras heridas diciendo que no podemos perdonar cuando la realidad
es que no queremos hacerlo. Pero tenemos toda la capacidad de decidir hasta
cuándo permitiremos que todo aquello nos siga dañando. Podemos incluso
involucrarnos en la iglesia para servir a Dios y hacer muchas cosas, pero si no
perdonamos a nuestro semejante Él no nos va a perdonar.
Hay un detalle nada menor
en la forma en la que el Señor comienza contando esta historia y que pasé por
alto pero lo que lo traigo a mención ahora. Una vez que Jesús termina de
decirle a Pedro que debemos perdonar a nuestro prójimo indefinidamente dice “Por
lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas
con sus siervos…”. Esto quiere decir que en el reino de Dios así es como
funcionan las cosas, si no perdonamos a nuestros semejantes directamente no
somos perdonados, así de simple.
¿Cómo perdono a mis
padres?
Cuando nos sentimos
incapaces de perdonar a nuestros padres, el primer paso que debemos dar es pedirle a Dios que
nos ayude, reconocer que si no nos da fuerzas no podremos hacerlo. También debemos pedirle al Espíritu Santo que
nos convenza de pecado por nuestra falta de perdón. Necesitamos vernos enfrentados
ante nuestra propia maldad para caer rendidos ante el Señor con un corazón
totalmente arrepentido. Como fuente inagotable de
amor, necesitarás que el Señor te dé una mayor porción para mirar a tus padres
con ojos de amor, unos que sean capaces de mirar más allá de las faltas, así como
Dios hace con nosotros constantemente, y decidir amarlos a pesar de como sean.
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"Necesitamos vernos enfrentados ante nuestra propia maldad para caer rendidos ante el Señor con un corazón totalmente arrepentido".
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Claro que es doloroso,
claro que cuesta dar el perdón a quien no parece merecerlo por nada del mundo.
Pero justamente ahí es cuando nuestros ojos se vuelven a encontrar con la cruz
y comprendemos que nosotros tampoco merecíamos perdón alguno por las tantas
veces que le fallamos a Dios, y sin embargo, en vez de pagarnos con odio
decidió amarnos. Antes de hacerse nuestro enemigo prefirió brindarnos su dulce
perdón, sí, ese perdón que sana, que restaura cualquier relación, que da lugar
a una sanidad completa y te hace completamente libre para vivir una vida en
abundancia rebozando de paz, amor y gozo en el corazón.
Así que si eres cristiano o no y aún guardas resentimiento hacia tus padres o hacia alguno de ellos, es hora
que lo saques de tu corazón y se lo entregues a ese Padre amoroso especialista
en restaurar corazones y relaciones porque está deseoso de poder perdonarte.
¡Dios te bendiga!