Tenemos
muchas dudas acerca de la oración. Nos
sorprenderíamos cómo ellas serían resueltas simplemente si oráramos. Así de
simple. Porque lo más difícil de la
oración, es orar. Es curioso que la
mayoría de las dudas que la gente manifiesta acerca de este tema tengan que ver
con las “formas externas”; que son,
justamente, las que a Dios menos le interesan.
Cuando
hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos referíamos a
lo que la tradición cristiana ha denominado “el padrenuestro”; que no es otra
cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús. De manera que no hay especial virtud en
repetirlo porque ese no fue su diseño.
Si examinamos con detenimiento el modelo de Jesús, descubriremos que esa
estructura es una verdadera revisión de la vida. Debe preocuparnos que la iglesia universal no
ha obedecido la indicación del Hijo de Dios
cuando nos exhortó: “…vosotros, pues, oraréis así”.
En
un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a analizar el
padrenuestro para introducirnos en los
elementos constitutivos de lo que debe ser la oración de un cristiano. “Padre
nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en
el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Mateo 6:9-13.
Lo primero que nos impresiona es la
palabra “Padre” al comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte que hace
Jesús.
La
tradición judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en
un esfuerzo “reverente” por no tomar en vano el nombre del Altísimo. Lo más interesante de esto es que la palabra
que propone Jesús en la entrada de la
oración es “padre”, que usada en el
Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que representaba la forma
más pura e inocente con la que los niños llamaban a su padre. Es decir, Dios; quien es Rey de reyes y
Creador y sustentador de cuánto hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones,
no sólo nuestro Padre, sino que además nos invita a poner a un lado el miedo
natural que todos le tenemos a Dios.
De
manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido de
nuestra oración es: No hay ninguna razón para tu miedo. Él es todo lo que es
sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá. Él te abraza, y te acoge, te da seguridad en
su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor, ¡Nunca le tengas miedo a
Dios, porque sin dejar de ser tu Dios, es tu papá!
Es
hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que como tal me
trata. No tenemos que venir a la
presencia del Altísimo como si nos estuviera esperando para castigarnos. Ese no es el carácter de Dios. Si es cierto que el padrenuestro es una
invitación divina a revisar de mi
relación con Dios, no debemos temer abandonarnos en sus manos. La figura del padre significa, protección,
compañía, afecto, seguridad, provisión.
Sin embargo, puede ser que nuestra relación con nuestro padre biológico
no evoque precisamente esas emociones.
En ese caso, debemos confiar en que Dios no es culpable de los errores
humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él para sanar todo recuerdo
que nos cause dolor.
Esta
sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que seamos curados;
pues no se trata de una carrera de velocidad sino de resistencia.
Inmediatamente,
la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como “Nuestro”. Esta
palabra es interesante porque implica necesariamente relación. No podemos negar que las relaciones humanas
son, por naturaleza, especialmente difíciles.
A
los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero se
crean muchos ruidos cuando se produce el
fenómeno de comunicación entre nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como
ellos son y tampoco es sencillo mirar dentro de nosotros mismos y ser
objetivos.
El
servicio que prestamos a la obra de Dios se ve obstaculizado cuando no
entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el
Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de
que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y
anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.
Mateo 5:23-24. Es claro que la oración
se ve afectada cuando intentamos
comunicarnos con Dios sin antes resolver nuestro asunto con los hombres.
El
“nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una palabra hueca. La
dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de
la prueba al momento de resolver el conflicto. Hay muchas razones que nos
separan y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando oramos
tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener
relaciones sanas entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.
Nosotros
somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal que existe: “la
culpa no es mía”. Aunque así sea, la norma bíblica está expresada con un verbo
en forma de mandato: “DEJA ahí tu
ofrenda…y reconcíliate con tu hermano”.
Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción de
que no comenzamos el conflicto. Si
queremos tener comunión con Dios debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien
nunca pecó, pero fue quien pagó por todos nuestros pecados. Imagínate que
Cristo hubiese dicho: ¿Por qué tengo que morir?, yo no tengo la culpa. La culpa
era nuestra, los pecadores somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado
estaríamos sin esperanza y sin Dios. No esperes que venga a ti; ve tú al lugar
donde está el ofensor. Si te cuesta hacer eso, la solución está en la oración.
De eso se trata.
De
manera que en la oración debes entender que te estás dirigiendo a tu padre
Celestial y que antes de presentarnos a Su altar es importante resolver
cualquier tipo de problemas con los hombres, independientemente de que tengas o
no la culpa.
Por el pastor Néstor Blanco
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