miércoles, 27 de enero de 2016

¿Por qué falla nuestra fe?



La fe es esencial, pues es necesaria para ser salvos.

Incluso después de haber aceptado a Cristo, los creyentes debemos vivir por fe. Puede que algunos tengan mucha fe, mientras que otros una fe pequeña. Pero también podemos llegar a poseer una fe que flaquea. La fe genuina es la confianza y la convicción de que Dios hará aquello que nos ha prometido. Sin embargo, si ponemos nuestra mirada en las circunstancias y no en el Señor, puede que nuestra fe comience a fallar. Todos pasamos por situaciones como esas, pues Dios prueba nuestra fe, para fortalecerla.


La carta de Santiago contiene consejos prácticos para aquellos que tienen una fe que flaquea en medio de las dificultades (1:1-8).

Si dudamos, somos comparados con las olas del mal que se mueven de un lado a otro. Santiago nos enseña que el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos y no debe esperar recibir nada del Señor.
Se refiere a las personas que por momentos sienten una gran confianza en Dios, pero al poco tiempo, como consecuencia de las pruebas que enfrentan, comienzan a dudar que cumplirá lo que les ha prometido.

Tener preguntas no es necesariamente lo mismo que dudar. Cuando tenemos preguntas sobre algo es porque deseamos aumentar nuestro conocimiento, o queremos comprender lo que hemos escuchado del Señor. Pero cuando dudamos, dependemos de lo que vemos, escuchamos o sentimos, en vez de confiar en la Palabra de Dios. Es normal que tengamos preguntas o que dudemos al enfrentar problemas y dificultades. Nuestro Padre celestial comprende nuestras necesidades y desea que acudamos a su presencia con nuestro dolor y confusión. Y espera que dediquemos tiempo para orar, escuchar su voz y meditar en lo que nos dice. En ocasiones, el Señor fortalece nuestra fe al recordarnos su Verdad o la manera en la que nos bendijo en el pasado, mientras vivíamos un evento similar.

¿POR QUÉ DUDAMOS?

Sin importar el tiempo que llevamos en los caminos del Señor, hay situaciones que pueden hacer flaquear nuestra fe.

Por circunstancias que contradicen el razonamiento humano. Un buen ejemplo de esto fue la ocasión en la que Pedro caminó sobre las aguas. Tenía confianza al comenzar, pero apenas dejó de mirar a Jesús y puso sus ojos en las grandes olas que lo rodeaban, su razonamiento humano controló su mente y su fe flaqueó. Somos semejantes a Pedro cuando hacemos aquello que nuestro razonamiento nos indica, a pesar de que sabemos lo que Dios ha dicho al respecto. Por ejemplo, pareciera que al dar una parte de nuestro salario al Señor, no tendremos lo que necesitamos. Pero Jesús nos dice: “Dad, y se os dará” (Lucas 6:38). Cada vez que nos dejemos guiar por nuestra lógica, perderemos bendiciones de Dios.

Por permitir que nuestros sentimientos dobleguen nuestra fe. Si el Señor nos llama para hacer algo que parece imposible, podemos estar convencidos de que nos capacitará para realizarlo. Sin embargo, si dudamos de sus promesas como consecuencia de nuestros temores, nos perderemos la oportunidad de obedecerlo. Contamos con el poder sobrenatural de Dios, pues el Espíritu Santo mora en nosotros; solo nos pide que le obedezcamos. No hemos sido llamados a vivir con temor, sino a vivir por fe.

Por no sentir a Dios. El Señor ha prometido cuidarnos, pero quizás eso no suceda de acuerdo a lo que esperamos. Puede que no sintamos al Señor en medio de nuestras pruebas, pero siempre está con nosotros. De acuerdo a Romanos 8:28, Dios ha prometido que todo lo que permite que ocurra es para el bien de los que le aman, de los que han sido llamados conforme a su propósito.

Por dejarnos guiar por malos consejos. Debemos ser cuidadosos al buscar consejos, mientras tratamos de discernir la voluntad de Dios. Algunos amigos se ofrecerán para orar por nosotros mientras buscamos la guía del Señor, pero otros solo nos dirán lo que deseamos escuchar, o la opinión personal que tienen sobre ese asunto.

Por enfocarnos en las circunstancias y no en Dios. Aún los pequeños problemas pueden ser un estorbo si permitimos que dominen nuestros pensamientos. Es por eso que siempre debemos ponerlos en las manos de Dios. Nuestro Padre celestial tiene el poder para lidiar con todo lo que venga a nuestra vida. La ansiedad y el miedo demuestran nuestra falta de confianza en el Señor.

Por ignorar la voluntad de Dios. Cuando Lázaro se enfermó, sus hermanas María y Marta llamaron a Jesús, pues tenían la confianza en que podía sanarlo. Creían saber la manera en la que Dios obraría en esa situación, pero el Señor tenía un plan mucho mejor. Retrasó su llegada, para así poder resucitar a Lázaro de la muerte. Debemos despojarnos de nuestros itinerarios, pues el tiempo de Dios es diferente al nuestro. Solamente Él conoce lo que es mejor para nuestra vida. Su tiempo es perfecto y nunca se olvida de sus hijos.

Por sentirnos culpables por pecados del pasado. Hay ocasiones en las que dudamos que Dios nos ha perdonado por algo que hicimos en el pasado. A pesar de que ya hemos sido perdonados, a veces seguimos llevando esa pesada carga sobre nosotros.

El problema radica en nuestra incredulidad, pues 1 Juan 1.9 nos dice que “si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. No hay nada que debamos hacer para ganarnos su perdón, pues Jesús ya pagó la deuda que teníamos como consecuencia de todos nuestros pecados. Y aunque puede que todavía tengamos que lidiar con las consecuencias, nuestra culpa ha sido quitada por el Señor.

Por dejarnos llevar por las asechanzas del diablo. En todo momento tratará de engañarnos y sembrará dudas en nuestra mente, para que no confiemos en las promesas que Dios nos ha dado en su Palabra (Juan 8.44).

¿CÓMO LIDIAR CON LAS DUDAS?

Cada vez que enfrentamos situaciones que debilitan nuestra fe, debemos hacernos las siguientes preguntas:

¿De dónde proceden estas dudas?
¿Nos ha fallado Dios en el pasado?
¿No prometió Dios suplir todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19)?
¿No nos dio el Espíritu Santo para ayudarnos a creer y capacitarnos para hacer todo lo que nos ha pedido (Juan 16:13)?
¿No nos ha prometido que estará con nosotros en todo momento (He 13.5)?
¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?
¿Cuál es el precio que pagaremos como consecuencia de esa incredulidad?

PARA REFLEXIONAR:

¿De qué manera podría describir su fe? ¿Acaso posee una fe poderosa, o una débil, o una que titubeante? ¿Qué es lo que le hace dudar de Dios? ¿Cómo podría fortalecer la confianza que tiene en el Señor?

¿Cuáles son las situaciones que le incitan a dudar de nuestro Padre celestial? ¿Qué pasajes de la Biblia están relacionados con esas situaciones?

¿Ha tenido que tomar decisiones que determinarán su futuro? ¿Ha permitido que sea Dios quien le dirija en esos momentos, o se dejó guiar por su razonamiento o emociones? ¿Qué sucedió como resultado de su obediencia o desobediencia?


¡Dios te bendiga!