La fe es esencial,
pues es necesaria para ser salvos.
Incluso después
de haber aceptado a Cristo, los creyentes debemos vivir por fe. Puede que
algunos tengan mucha fe, mientras que otros una fe pequeña. Pero también
podemos llegar a poseer una fe que flaquea. La fe genuina es la confianza y la
convicción de que Dios hará aquello que nos ha prometido. Sin embargo, si
ponemos nuestra mirada en las circunstancias y no en el Señor, puede que
nuestra fe comience a fallar. Todos pasamos por situaciones como esas, pues
Dios prueba nuestra fe, para fortalecerla.
La carta de Santiago
contiene consejos prácticos para aquellos que tienen una fe que flaquea en
medio de las dificultades (1:1-8).
Si dudamos,
somos comparados con las olas del mal que se mueven de un lado a otro. Santiago
nos enseña que el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos y
no debe esperar recibir nada del Señor.
Se refiere a las
personas que por momentos sienten una gran confianza en Dios, pero al poco
tiempo, como consecuencia de las pruebas que enfrentan, comienzan a dudar que
cumplirá lo que les ha prometido.
Tener preguntas
no es necesariamente lo mismo que dudar. Cuando tenemos preguntas sobre algo es
porque deseamos aumentar nuestro conocimiento, o queremos comprender lo que
hemos escuchado del Señor. Pero cuando dudamos, dependemos de lo que vemos,
escuchamos o sentimos, en vez de confiar en la Palabra de Dios. Es normal que
tengamos preguntas o que dudemos al enfrentar problemas y dificultades. Nuestro
Padre celestial comprende nuestras necesidades y desea que acudamos a su
presencia con nuestro dolor y confusión. Y espera que dediquemos tiempo para
orar, escuchar su voz y meditar en lo que nos dice. En ocasiones, el Señor
fortalece nuestra fe al recordarnos su Verdad o la manera en la que nos bendijo
en el pasado, mientras vivíamos un evento similar.
¿POR QUÉ DUDAMOS?
Sin importar el
tiempo que llevamos en los caminos del Señor, hay situaciones que pueden hacer
flaquear nuestra fe.
Por circunstancias que contradicen
el razonamiento humano. Un buen ejemplo de esto fue la ocasión
en la que Pedro caminó sobre las aguas. Tenía confianza al comenzar, pero
apenas dejó de mirar a Jesús y puso sus ojos en las grandes olas que lo
rodeaban, su razonamiento humano controló su mente y su fe flaqueó. Somos
semejantes a Pedro cuando hacemos aquello que nuestro razonamiento nos indica,
a pesar de que sabemos lo que Dios ha dicho al respecto. Por ejemplo, pareciera
que al dar una parte de nuestro salario al Señor, no tendremos lo que
necesitamos. Pero Jesús nos dice: “Dad, y se os dará” (Lucas 6:38). Cada vez
que nos dejemos guiar por nuestra lógica, perderemos bendiciones de Dios.
Por permitir que nuestros
sentimientos dobleguen nuestra fe.
Si el Señor nos llama para hacer algo que parece imposible, podemos estar
convencidos de que nos capacitará para realizarlo. Sin embargo, si dudamos de
sus promesas como consecuencia de nuestros temores, nos perderemos la
oportunidad de obedecerlo. Contamos con el poder sobrenatural de Dios, pues el
Espíritu Santo mora en nosotros; solo nos pide que le obedezcamos. No hemos
sido llamados a vivir con temor, sino a vivir por fe.
Por no sentir a Dios. El Señor ha prometido cuidarnos, pero
quizás eso no suceda de acuerdo a lo que esperamos. Puede que no sintamos al
Señor en medio de nuestras pruebas, pero siempre está con nosotros. De acuerdo
a Romanos 8:28, Dios ha prometido que todo lo que permite que ocurra es para el
bien de los que le aman, de los que han sido llamados conforme a su propósito.
Por dejarnos guiar por malos
consejos. Debemos ser
cuidadosos al buscar consejos, mientras tratamos de discernir la voluntad de
Dios. Algunos amigos se ofrecerán para orar por nosotros mientras buscamos la
guía del Señor, pero otros solo nos dirán lo que deseamos escuchar, o la
opinión personal que tienen sobre ese asunto.
Por enfocarnos en las circunstancias
y no en Dios.
Aún
los pequeños problemas pueden ser un estorbo si permitimos que dominen nuestros
pensamientos. Es por eso que siempre debemos ponerlos en las manos de Dios.
Nuestro Padre celestial tiene el poder para lidiar con todo lo que venga a
nuestra vida. La ansiedad y el miedo demuestran nuestra falta de confianza en
el Señor.
Por ignorar la voluntad de Dios. Cuando Lázaro se enfermó, sus hermanas
María y Marta llamaron a Jesús, pues tenían la confianza en que podía sanarlo. Creían
saber la manera en la que Dios obraría en esa situación, pero el Señor tenía un
plan mucho mejor. Retrasó su llegada, para así poder resucitar a Lázaro de la
muerte. Debemos despojarnos de nuestros itinerarios, pues el tiempo de Dios es
diferente al nuestro. Solamente Él conoce lo que es mejor para nuestra vida. Su
tiempo es perfecto y nunca se olvida de sus hijos.
Por sentirnos culpables por pecados
del pasado. Hay ocasiones
en las que dudamos que Dios nos ha perdonado por algo que hicimos en el pasado.
A pesar de que ya hemos sido perdonados, a veces seguimos llevando esa pesada
carga sobre nosotros.
El problema
radica en nuestra incredulidad, pues 1 Juan 1.9 nos dice que “si confesamos
nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y
limpiarnos de toda maldad”. No hay nada que debamos hacer para ganarnos su
perdón, pues Jesús ya pagó la deuda que teníamos como consecuencia de todos
nuestros pecados. Y aunque puede que todavía tengamos que lidiar con las
consecuencias, nuestra culpa ha sido quitada por el Señor.
Por dejarnos llevar por las
asechanzas del diablo. En todo momento tratará de
engañarnos y sembrará dudas en nuestra mente, para que no confiemos en las
promesas que Dios nos ha dado en su Palabra (Juan 8.44).
¿CÓMO LIDIAR CON LAS DUDAS?
Cada vez que
enfrentamos situaciones que debilitan nuestra fe, debemos hacernos las
siguientes preguntas:
¿De dónde
proceden estas dudas?
¿Nos ha fallado
Dios en el pasado?
¿No prometió
Dios suplir todas nuestras necesidades (Filipenses 4:19)?
¿No nos dio el
Espíritu Santo para ayudarnos a creer y capacitarnos para hacer todo lo que nos
ha pedido (Juan 16:13)?
¿No nos ha
prometido que estará con nosotros en todo momento (He 13.5)?
¿Hay algo
demasiado difícil para el Señor?
¿Cuál es el
precio que pagaremos como consecuencia de esa incredulidad?
PARA REFLEXIONAR:
¿De qué manera
podría describir su fe? ¿Acaso posee una fe poderosa, o una débil, o una que titubeante?
¿Qué es lo que le hace dudar de Dios? ¿Cómo podría fortalecer la confianza que
tiene en el Señor?
¿Cuáles son las
situaciones que le incitan a dudar de nuestro Padre celestial? ¿Qué pasajes de
la Biblia están relacionados con esas situaciones?
¿Ha tenido que
tomar decisiones que determinarán su futuro? ¿Ha permitido que sea Dios quien
le dirija en esos momentos, o se dejó guiar por su razonamiento o emociones?
¿Qué sucedió como resultado de su obediencia o desobediencia?
¡Dios te bendiga!