¿Notaste con cuánta frecuencia la gente del Antiguo Testamento construían altares?
Un altar es una
estructura sobre la cual se hacen ofrendas tales como sacrificios por razones
religiosas. Por lo general, era una plataforma elevada con una superficie
plana. Hay más de cuatrocientas referencias a altares en la Biblia. La palabra
altar se utiliza por primera vez en Génesis 8:20 cuando Noé construyó un altar
al Señor después de salir del arca. Sin embargo, la idea estaba presente ya en
Génesis 4: 3-4 cuando Caín y Abel trajeron sus sacrificios al Señor. Lo más
probable presentaron sus ofertas en algún tipo de altar, a pesar de que la
palabra altar no se utiliza en ese pasaje.
Un altar
representa siempre un lugar de consagración. Antes de que Dios dio su ley a
Moisés, los hombres hicieron altares donde quiera que estaban. Un altar era
construido para conmemorar un encuentro con Dios que tuvo un profundo impacto
sobre alguien. Abram (Génesis 12: 7), Isaac (Génesis 26: 24-25), Jacob (Génesis35: 3), David (1 Crónicas 21:26), y Gedeón (Jueces 6:24) todos construyeron
altares después de haber tenido un encuentro único con Dios. Un altar suele
representar el deseo de una persona a consagrarse totalmente al Señor o cuando
Dios ha trabajado en la vida de una persona de tal manera que la persona crea
algo tangible para recordar ese favor de Dios.
Otra de las
razones por la que en la antigüedad se hacían estos altares es porque los
mortales tenemos la tendencia a recordar lo que debemos olvidar y olvidar lo que
deberíamos recordar. Los altares te proporcionan un lugar sagrado al cual
podamos regresar. Creo que lo sagrado se vuelve común porque no construimos
altares en nuestra vida. Lugares en donde podamos encontrarnos con lo que El
nos dijo. No estoy hablando de adorar un lugar ni mucho menos, pero siempre
pienso que me gustaría regresar a ese pequeño cuartito de zinc en la ciudad de
La Romana en el que Dios me permitió acercarme a Él como nunca en mi vida, donde
me capacitó de dones espirituales y me hizo ver tantos milagros. Sé que si
pudiera estar de nuevo allí, no podría contener las lágrimas. El lugar donde
todo comenzó.
El
recordar momentos de gloria, hace que no pierdas la fe en lo que vendrá. Si Dios
estuvo, volverá a estar.
Me pregunto si
Pedro habrá ido remando hasta el sitio donde caminó sobre las aguas; si Lázaro habrá
visitado la tumba donde había estado sepultado por cuatro días; si Pablo habrá
ido al lugar donde Dios lo tumbó por primera vez, camino a Damasco; ¿Abraham
habrá ido de vuelta al monte Moriah para recordar su peor crisis? ¿Moisés no
regresaría al lugar de la zarza, se quitaría sus sandalias y le daría gracias a
Dios por interrumpir su rutina de cuarenta años y le diera la oportunidad de
marcar una diferencia en la historia?
En todos estos
casos hubo sacrificio, sí, todas estas personas sacrificaron algo en común. ¡Obediencia!
Pedro obedeció al maestro al ir ante su llamado de salir de la barca; Lázaro
obedeció a Jesús ante el llamado de salir de la tumba; Pablo sacrificó su
orgullo y se puso a disposición del
Señor al decir: “Señor, ¿qué quieres que yo
haga?” (Hechos 9.6) Abraham obedeció a Dios y por poco sacrifica a su
propio hijo Isaac. Y tantos ejemplos más que la lista se haría bien larga.
Tenemos la
tendencia a recordar lo que debemos olvidar y olvidar lo que deberíamos
recordar. Debemos olvidar las veces que hemos sido heridos y recordar las veces
que nos han perdonado; olvidar los insultos y recordar los favores, olvidar las
derrotas y recordar las victorias. El pasado sólo debe servirnos para recordar
de dónde Dios nos ha sacado, lo que Dios ha hecho en nuestra vida.
Amado lector o
lectora, me gustaría que en este momento allí donde estás te tomes por lo menos
cinco minutos de tu valioso tiempo y lo dediques a meditar un momento sobre tu
pasado, tu inicio con Dios, que vayas al lugar y al tiempo donde todo comenzó,
y si alguna lágrima se asoma a tus ojos déjala correr y escucha lo que Dios
tiene que decirte.
¡Dios te
bendiga!