lunes, 28 de marzo de 2016

El lugar donde todo comenzó


¿Notaste con cuánta frecuencia la gente del Antiguo Testamento construían altares?

Un altar es una estructura sobre la cual se hacen ofrendas tales como sacrificios por razones religiosas. Por lo general, era una plataforma elevada con una superficie plana. Hay más de cuatrocientas referencias a altares en la Biblia. La palabra altar se utiliza por primera vez en Génesis 8:20 cuando Noé construyó un altar al Señor después de salir del arca. Sin embargo, la idea estaba presente ya en Génesis 4: 3-4 cuando Caín y Abel trajeron sus sacrificios al Señor. Lo más probable presentaron sus ofertas en algún tipo de altar, a pesar de que la palabra altar no se utiliza en ese pasaje.


Un altar representa siempre un lugar de consagración. Antes de que Dios dio su ley a Moisés, los hombres hicieron altares donde quiera que estaban. Un altar era construido para conmemorar un encuentro con Dios que tuvo un profundo impacto sobre alguien. Abram (Génesis 12: 7), Isaac (Génesis 26: 24-25), Jacob (Génesis35: 3), David (1 Crónicas 21:26), y Gedeón (Jueces 6:24) todos construyeron altares después de haber tenido un encuentro único con Dios. Un altar suele representar el deseo de una persona a consagrarse totalmente al Señor o cuando Dios ha trabajado en la vida de una persona de tal manera que la persona crea algo tangible para recordar ese favor de Dios.

Otra de las razones por la que en la antigüedad se hacían estos altares es porque los mortales tenemos la tendencia a recordar lo que debemos olvidar y olvidar lo que deberíamos recordar. Los altares te proporcionan un lugar sagrado al cual podamos regresar. Creo que lo sagrado se vuelve común porque no construimos altares en nuestra vida. Lugares en donde podamos encontrarnos con lo que El nos dijo. No estoy hablando de adorar un lugar ni mucho menos, pero siempre pienso que me gustaría regresar a ese pequeño cuartito de zinc en la ciudad de La Romana en el que Dios me permitió acercarme a Él como nunca en mi vida, donde me capacitó de dones espirituales y me hizo ver tantos milagros. Sé que si pudiera estar de nuevo allí, no podría contener las lágrimas. El lugar donde todo comenzó.

El recordar momentos de gloria, hace que no pierdas la fe en lo que vendrá. Si Dios estuvo, volverá a estar.

Me pregunto si Pedro habrá ido remando hasta el sitio donde caminó sobre las aguas; si Lázaro habrá visitado la tumba donde había estado sepultado por cuatro días; si Pablo habrá ido al lugar donde Dios lo tumbó por primera vez, camino a Damasco; ¿Abraham habrá ido de vuelta al monte Moriah para recordar su peor crisis? ¿Moisés no regresaría al lugar de la zarza, se quitaría sus sandalias y le daría gracias a Dios por interrumpir su rutina de cuarenta años y le diera la oportunidad de marcar una diferencia en la historia?

En todos estos casos hubo sacrificio, sí, todas estas personas sacrificaron algo en común. ¡Obediencia! Pedro obedeció al maestro al ir ante su llamado de salir de la barca; Lázaro obedeció a Jesús ante el llamado de salir de la tumba; Pablo sacrificó su orgullo y  se puso a disposición del Señor al decir: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9.6) Abraham obedeció a Dios y por poco sacrifica a su propio hijo Isaac. Y tantos ejemplos más que la lista se haría bien larga.

Tenemos la tendencia a recordar lo que debemos olvidar y olvidar lo que deberíamos recordar. Debemos olvidar las veces que hemos sido heridos y recordar las veces que nos han perdonado; olvidar los insultos y recordar los favores, olvidar las derrotas y recordar las victorias. El pasado sólo debe servirnos para recordar de dónde Dios nos ha sacado, lo que Dios ha hecho en nuestra vida.

Amado lector o lectora, me gustaría que en este momento allí donde estás te tomes por lo menos cinco minutos de tu valioso tiempo y lo dediques a meditar un momento sobre tu pasado, tu inicio con Dios, que vayas al lugar y al tiempo donde todo comenzó, y si alguna lágrima se asoma a tus ojos déjala correr y escucha lo que Dios tiene que decirte.

¡Dios te bendiga!