“… pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).
El cálido sol de
Palestina irradiaba sobre la mujer samaritana y sobre el Salvador del universo.
Jesús, cansado por el viaje, se detiene a descansar en el pozo de Jacob. Y
ella, sin darse cuenta, cumple con la promesa del destino al acercarse al pozo.
Ella era la razón por la que Jesús debía pasar por Samaria (Juan 4:4) Ella se aproxima atravesando
el calor que sube de la tierra. Ella también está cansada, pero no por la jarra
que lleva sobre su cabeza, sino por el vacío que trae en su corazón. Perdió lo
más importante y sólo le queda la cáscara que la recubre. También perdió toda
la pasión que alguna vez corrió en ella. Su turbulenta y sacrificada vida la
debilitó y la envejeció.
Ella va a sacar el agua
del pozo al mediodía, en el momento más cálido, porque su reputación es así de
mala. Las otras mujeres van durante el alba, cuando está más fresco, se quitan
el velo y se alejan por unos instantes de la sociedad machista, conversando y
divirtiéndose entre ellas. Y entre sus chismes hay muchos que se relacionan con
esta samaritana que como fue marginada por todas ellas, ahora enfrenta las
críticas con firmeza. No hay nada que no pueda hacer para esquivar la mirada
acusante de la gente.
Durante sus cinco
matrimonios siempre vino a este pozo. Siempre de mediodía y siempre sola. No
tiene ninguna amiga. Y al pensar en el pasado sólo la invade el vacío y la
culpa. Recuerda todas las encrucijadas que tuvo en su vida y se pregunta si
habría sido feliz de haber seguido otro camino. No obstante, sabe que no hay
vuelta atrás. Ahora se encuentra en otro callejón sin salida. Está viviendo
junto a otro hombre, es una relación sin futuro, y bien lo sabe, pero por el
momento lo necesita. Al menos llena sus solitarias noches, conversando con él
aunque sea superficial y aburrido.
Perdida en el desierto,
estuvo siguiendo a varios hombres como quien padece demencia por insolación. El
matrimonio es para ella como un espejismo que desaparece cada vez que se
acerca. Y siempre regresaba al pozo llamado “matrimonio” con la esperanza de
satisfacer su sed de amor y felicidad. No obstante, siempre tuvo que alejarse
de allí sin poder lograrlo.
Aquel día también salió
al pozo de Jacob con la misma inquietud. Su jarra vacía es el símbolo que
representa su vida. En el momento en que sus ojos se encuentran con los de
Jesús, el Salvador ve en ellos el dolor ensordecedor que retumba en su
interior. Ve el pozo de su alma que permanecerá vacío si Él no lo llena.
Observa su pasado con amor, y ve que toda la pasión que ardía en ella se redujo
a las cenizas del fracaso.
Sin embargo, el Salvador
le da a esta mujer fracasada, cuyo nombre desconocemos, la Palabra más profunda
que encontraremos en la Biblia sobre la adoración. Dios es espíritu y por lo
tanto, no es que la adoración esté en un lugar, sino que el alma se presenta
ante el espíritu de Dios. Ésta es una revelación que le da a la samaritana que
vivió más en el mundo carnal que en el espiritual.
Lo que Jesús no dijo es
igual de asombroso, si bien menciona todos los matrimonios que tuvo, no señala
su pecado. No insiste en el arrepentimiento ni sugiere métodos de salvación.
Tampoco le dice que orará por ella. Jesús, simplemente la guía fuera de la
aldea hacia este tranquilo pozo y allí le muestra su ser. Entonces, sin poder
acercarse más, la mujer intenta ocultarse en los callejones de la teología.
Pero Jesús le dice que Él es el Mesías del que ella habla (Juan 4:26) y vuelve a traerla, mostrándole claramente el increíble
obsequio que es el “agua” y quién es que la da. Este regalo no es algo que
obtenemos trabajando, no es un premio que ganamos, sino que simplemente tenemos
que recibirlo.
Este extraño comenzó
siendo para la samaritana un “judío”, luego “Señor”, y “Mesías”, hasta que
finalmente llegó a ver que era el Cristo.
Tras aprender esta
verdad por aquel íntimo encuentro que tuvo con el Salvador, la mujer va a
difundir esta buena nueva a su pueblo, a sus vecinos que la discriminaban. Dejó
junto al pozo su jarra vacía sobre la tierra. Ahora tiene toda una vida nueva
por delante, así que corre con esta agua de vida que rebosa en su corazón.
Comienza corriendo despacio, hasta que siente una nueva energía y corre con
toda su fuerza.
En el momento en que sus ojos se encuentran con los de
Jesús, el Salvador ve en ellos el dolor ensordecedor que retumba en su
interior.Ve el pozo de su alma
que permanecerá vacío si Él no lo llena.
Si hoy el Maestro viera
a través de tus ojos ¿Cómo encontraría el pozo de tu alma?
Amado Señor:
Tantas veces he
intentado llenar mi vida con otras cosas siendo que tenía en mí la misma agua
que le diste a la samaritana. No puedo entender cómo alguien que ya probó de tu
bondad busca beber agua de otros pozos. Sin embargo, yo lo hice. Una y otra vez
intenté hallar dinero, éxito, felicidad, popularidad y estabilidad cuando todos
éstos eran pozos secos.
Señor, ayúdame a
recordar el encuentro que tuvimos en aquel pozo y el momento en el que me
dijiste “Yo soy el Mesías que esperas”. Y no permitas que ande buscando en
otros pozos recordando siempre aquel instante.
Ayúdame a preservar
bien este pozo sagrado y no dejes que olvide que esta agua también puede
estancarse o contaminarse si no prevengo la indiferencia y las impurezas de mi
vida.
Protege mi fe para que
pueda ser un pozo profundo a donde la gente pueda acercarse a satisfacer su
sed.
Te ruego que cuando
ellos lleguen a mi pozo seas tú quien se encuentre con ellos, así como nos
recibiste a la samaritana y a mí, y dales de tu agua de vida eterna.
Que no sea una pasión
por adorarte en esta o aquella iglesia, ni una pasión por la teología, ni por
el trabajo; sino que sea una pasión sólo por ti, Señor.
“Dios, Dios mío eres
tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en
tierra seca y árida donde no hay aguas.”(Salmo 63:1)
¡Dios
te bendiga!
Fuente: Libro Tiempo con Dios es Vida Viva.