viernes, 12 de febrero de 2016

El lado positivo de la incompetencia


¿Cómo debemos responder ante los desafíos que van por encima de nuestras capacidades?
Algunos se sienten abrumados por la incompetencia y por eso se rinden y huyen de la dificultad que enfrentan. Hay otros que se sienten demasiados confiados en sí mismos y en las habilidades que creen tener. Pero para los creyentes en Cristo, ninguna de estas dos posiciones debe ser una buena opción. Pues la primera muestra falta de confianza en Dios y la otra demuestra orgullo. El apóstol Pablo describe la respuesta que el Señor espera de nosotros en 2 Corintios 3:4-5. Nuestra confianza no está en nosotros mismos, sino en Cristo. No hay nada en nosotros que pueda hacernos competentes para aprovechar las oportunidades que nos da. Dios es la fuente de nuestras habilidades. Y en cada situación difícil que enfrentemos, confiemos en que el Señor nos capacitará adecuadamente. Ni las circunstancias, ni nuestros sentimientos de incompetencia podrán jamás negar sus promesas.


Aunque los sentimientos de incompetencia son difíciles de sobrellevar, podemos hallarles el lado positivo, si respondemos de la manera correcta.
Es al comprender los beneficios, que enfrentamos los tiempos de pruebas de la manera correcta. Ya no las vemos como una fuente de inseguridad y temor, sino como oportunidades que Dios nos da.
La incompetencia nos acerca a Dios.
Todo gran desafío nos da dos opciones. La opción negativa nos impulsa a enfocarnos en nuestra incompetencia y nos guía a la decepción y a la desesperación. Pero la opción positiva nos hace ver la incompetencia a la luz de la grandeza de Dios. Es en nuestra debilidad que acudimos al Señor en busca de guía y ayuda. Puede que no nos volvamos más competentes de inmediato, pero nuestra fe se fortalece y dejamos de sentir temor. Y mucho más importante aún, nuestra relación con el Señor crece, pues nos acercamos más a Él y confiamos más en las promesas que nos ha dado. Todo aquello que nos acerca a Dios es bueno. Es al depender de Él que logramos conocerlo mejor.
La incompetencia alivia la carga que sentíamos al tratar de hacer la voluntad de Dios con nuestras propias fuerzas.
El Señor no espera que hagamos lo que nos ha encomendado con nuestras limitadas fuerzas. Es por eso que, en ocasiones, permite que pasemos por circunstancias que nos recuerdan lo débiles que somos. El apóstol Pablo aprendió esa lección en el momento de su conversión, al ser cegado mientras iba camino a Damasco. Y después de haber enfrentado diversas pruebas durante su ministerio, escribió: “Todo lo puedo en Cristo, que me fortalece” (Fil 4.13). El Señor ha prometido estar con nosotros y sostenernos en todo aquello que nos pida hacer.




La incompetencia nos hace depender del Espíritu de Dios.
La noche antes de su crucifixión Jesús prometió enviar al Espíritu Santo para que ayudara a sus discípulos (Jn 14.16-18). No solo estaría con ellos, sino también en ellos. Fue después de su resurrección, que el Señor le dijo a sus discípulos que se quedaran en Jerusalén hasta que fueran “investidos de poder desde lo alto” (Lc 24.49). Sabía que sin el poder del Espíritu no serían competentes para realizar lo que les había encomendado. El mismo Espíritu que descendió sobre ellos, es el que mora en el corazón de cada creyente. Nos selló como hijos de Dios desde el día en que fuimos salvos, y no hay nada que podamos hacer para romper ese sello. Desde ese día, el Espíritu Santo ha obrado en nuestra vida, para que podamos llegar a ser la persona que Dios desea y para que alcancemos lo que ha preparado para nosotros. Es al sentirnos incompetentes, que se nos da el privilegio de depender del poder de la tercera persona de la Trinidad, el del Espíritu Santo.

La incompetencia le da la oportunidad al Señor de demostrar lo mucho que puede hacer con poco.
Hubo una ocasión en el ministerio de Jesús, en el que fue seguido por más de cinco mil personas, las cuales se encontraron hambrientas y sin alimento alguno. Pero un muchacho ofreció lo poco que tenía, cinco panes y dos peces. A pesar de que eso no era mucho, Jesús lo multiplicó, para poder alimentar a toda esa multitud. El Señor no necesita mucho para hacer grandes maravillas. Puede hacer uso de las habilidades, talentos y dones que nos ha dado. El apóstol Pablo no era la persona ideal para ser usada por Dios, pues había sido enemigo de la Iglesia. Pero una vez que Jesús cambió su corazón, vino a ser el más grande evangelista de su época.
Somos incompetentes al juzgar nuestra capacidad, pues nos evaluamos de acuerdo a lo que somos, a la manera en la que lucimos, a lo que poseemos y a otros aspectos humanos. Pero Dios nos ve tal y como podemos llegar a ser si nos rendimos a su voluntad. Él se deleita en recibir lo poco que podemos ofrecerle y así hacer aquello que ha decidido para nuestra vida. Es por eso que no debemos compararnos con otros. Su plan es único para cada uno de nosotros.

La incompetencia permite que seamos usados por Dios de acuerdo a nuestro máximo potencial.
El orgullo nos impide producir frutos. Es al depender solamente del poder de Dios, que podemos alcanzar las metas que ha dispuesto para nuestra vida. El Señor sabe lo que desea de nosotros, y tiene el poder para transformarnos de acuerdo a su propósito. La clave para ser usados por Dios es la humildad —el reconocimiento de que somos incompetentes y debemos obedecer la voluntad de nuestro Padre celestial.
La incompetencia permite que sea Dios quien reciba toda la gloria.
Si no somos competentes por nosotros mismos y Dios cumple su propósito en nuestra vida, toda la gloria debe ser dada solo a Él. Es al ser insuficientes que recordamos que separados del Señor nada somos.
La incompetencia nos ayuda a vivir con quietud y contentamiento.
Nos será imposible preocuparnos si confiamos en el poder del Señor. Si nos sentimos incompetentes, debemos poner esos sentimientos en las manos de Dios, quien nos dará la quietud y el contentamiento que necesitamos. Eso es lo que nos promete en Juan 14.27, donde nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Para reflexionar
Ø  ¿Cuándo fue la última vez que su incompetencia le guió a los pies del Señor? ¿Cómo fue fortalecida su relación personal con Él? ¿Qué aprendió acerca de sus promesas y de su manera de obrar?
Ø  Recuerde la historia del muchacho que entregó sus panes y peces a Jesús. ¿Qué tiene usted para entregarle al Señor? ¿Se compara algunas veces con los demás? ¿Cómo afecta la comparación con otros sus emociones, su motivación y la actitud que tiene ante la vida?
Ø  ¿Qué cree que sucedería si, en vez de lamentarse por su incompetencia, le agradeciera al Señor? Si no sabe la respuesta, lea lo que nos dice Pablo en 2 Corintios 12:7-10, donde nos explica la importancia de nuestra debilidad.


¡Dios te bendiga!


Por Charles Stanley