Algunos se sienten
abrumados por la incompetencia y por eso se rinden y huyen de la dificultad que
enfrentan. Hay otros que se sienten demasiados confiados en sí mismos y en las
habilidades que creen tener. Pero para los creyentes en Cristo, ninguna de
estas dos posiciones debe ser una buena opción. Pues la primera muestra falta
de confianza en Dios y la otra demuestra orgullo. El apóstol Pablo describe la
respuesta que el Señor espera de nosotros en 2 Corintios 3:4-5. Nuestra
confianza no está en nosotros mismos, sino en Cristo. No hay nada en nosotros
que pueda hacernos competentes para aprovechar las oportunidades que nos da.
Dios es la fuente de nuestras habilidades. Y en cada situación difícil que
enfrentemos, confiemos en que el Señor nos capacitará adecuadamente. Ni las
circunstancias, ni nuestros sentimientos de incompetencia podrán jamás negar
sus promesas.
Aunque los sentimientos de incompetencia son
difíciles de sobrellevar, podemos hallarles el lado positivo, si respondemos de
la manera correcta.
Es al comprender
los beneficios, que enfrentamos los tiempos de pruebas de la manera correcta.
Ya no las vemos como una fuente de inseguridad y temor, sino como oportunidades
que Dios nos da.
La incompetencia nos acerca a Dios.
Todo gran desafío
nos da dos opciones. La opción negativa nos impulsa a enfocarnos en nuestra
incompetencia y nos guía a la decepción y a la desesperación. Pero la opción
positiva nos hace ver la incompetencia a la luz de la grandeza de Dios. Es en nuestra debilidad que acudimos al
Señor en busca de guía y ayuda. Puede que no nos volvamos más competentes de
inmediato, pero nuestra fe se fortalece y dejamos de sentir temor. Y mucho
más importante aún, nuestra relación con el Señor crece, pues nos acercamos más
a Él y confiamos más en las promesas que nos ha dado. Todo aquello que nos
acerca a Dios es bueno. Es al depender de Él que logramos conocerlo mejor.
La incompetencia alivia la carga que
sentíamos al tratar de hacer la voluntad de Dios con nuestras propias fuerzas.
El Señor no espera
que hagamos lo que nos ha encomendado con nuestras limitadas fuerzas. Es por
eso que, en ocasiones, permite que pasemos por circunstancias que nos recuerdan
lo débiles que somos. El apóstol Pablo aprendió esa lección en el momento de su
conversión, al ser cegado mientras iba camino a Damasco. Y después de haber
enfrentado diversas pruebas durante su ministerio, escribió: “Todo lo puedo en
Cristo, que me fortalece” (Fil 4.13). El Señor ha prometido estar con nosotros
y sostenernos en todo aquello que nos pida hacer.
La incompetencia nos hace depender del Espíritu de Dios.
La incompetencia nos hace depender del Espíritu de Dios.
La noche antes de
su crucifixión Jesús prometió enviar al Espíritu Santo para que ayudara a sus discípulos
(Jn 14.16-18). No solo estaría con ellos, sino también en ellos. Fue después de
su resurrección, que el Señor le dijo a sus discípulos que se quedaran en
Jerusalén hasta que fueran “investidos de poder desde lo alto” (Lc 24.49).
Sabía que sin el poder del Espíritu no serían competentes para realizar lo que
les había encomendado. El mismo Espíritu
que descendió sobre ellos, es el que mora en el corazón de cada creyente.
Nos selló como hijos de Dios desde el día en que fuimos salvos, y no hay nada que
podamos hacer para romper ese sello.
Desde ese día, el Espíritu Santo ha obrado en nuestra vida, para que podamos
llegar a ser la persona que Dios desea y para que alcancemos lo que ha
preparado para nosotros. Es al sentirnos incompetentes, que se nos da el
privilegio de depender del poder de la tercera persona de la Trinidad, el del
Espíritu Santo.
La incompetencia le da la oportunidad al Señor de
demostrar lo mucho que puede hacer con poco.
Hubo una ocasión en
el ministerio de Jesús, en el que fue seguido por más de cinco mil personas,
las cuales se encontraron hambrientas y sin alimento alguno. Pero un muchacho
ofreció lo poco que tenía, cinco panes y dos peces. A pesar de que eso no era
mucho, Jesús lo multiplicó, para poder alimentar a toda esa multitud. El Señor
no necesita mucho para hacer grandes maravillas. Puede hacer uso de las
habilidades, talentos y dones que nos ha dado. El apóstol Pablo no era la
persona ideal para ser usada por Dios, pues había sido enemigo de la Iglesia.
Pero una vez que Jesús cambió su corazón, vino a ser el más grande evangelista
de su época.
Somos incompetentes
al juzgar nuestra capacidad, pues nos evaluamos de acuerdo a lo que somos, a la
manera en la que lucimos, a lo que poseemos y a otros aspectos humanos. Pero Dios nos ve tal y como podemos llegar
a ser si nos rendimos a su voluntad. Él se deleita en recibir lo poco que
podemos ofrecerle y así hacer aquello que ha decidido para nuestra vida. Es por
eso que no debemos compararnos con otros. Su plan es único para cada uno de
nosotros.
La incompetencia permite que seamos usados por Dios
de acuerdo a nuestro máximo potencial.
El orgullo nos
impide producir frutos. Es al depender solamente del poder de Dios, que podemos
alcanzar las metas que ha dispuesto para nuestra vida. El Señor sabe lo que
desea de nosotros, y tiene el poder para transformarnos de acuerdo a su
propósito. La clave para ser usados por Dios es la humildad —el reconocimiento
de que somos incompetentes y debemos obedecer la voluntad de nuestro Padre celestial.
La incompetencia permite que sea Dios quien reciba
toda la gloria.
Si no somos
competentes por nosotros mismos y Dios cumple su propósito en nuestra vida,
toda la gloria debe ser dada solo a Él. Es al ser insuficientes que recordamos
que separados del Señor nada somos.
La incompetencia nos ayuda a vivir con quietud y
contentamiento.
Nos será imposible
preocuparnos si confiamos en el poder del Señor. Si nos sentimos incompetentes,
debemos poner esos sentimientos en las manos de Dios, quien nos dará la quietud
y el contentamiento que necesitamos. Eso es lo que nos promete en Juan 14.27,
donde nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo
la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.
Para reflexionar
Ø ¿Cuándo fue la
última vez que su incompetencia le guió a los pies del Señor? ¿Cómo fue
fortalecida su relación personal con Él? ¿Qué aprendió acerca de sus promesas y
de su manera de obrar?
Ø Recuerde la
historia del muchacho que entregó sus panes y peces a Jesús. ¿Qué tiene usted
para entregarle al Señor? ¿Se compara algunas veces con los demás? ¿Cómo afecta
la comparación con otros sus emociones, su motivación y la actitud que tiene
ante la vida?
Ø ¿Qué cree que
sucedería si, en vez de lamentarse por su incompetencia, le agradeciera al
Señor? Si no sabe la respuesta, lea lo que nos dice Pablo en 2 Corintios 12:7-10,
donde nos explica la importancia de nuestra debilidad.
¡Dios te bendiga!
Por Charles Stanley