El verdadero adorador pasa al
siguiente nivel, si porque una cosa es alabar y otra muy diferente es adorar a
Dios. Alabamos a Dios, cuando reconocemos sus cualidades y decimos que Dios es
bueno, que Dios es maravilloso, que Dios es incomparable, que Dios es
todopoderoso, que Dios es majestuoso, eso es alabar a Dios. Y no está mal que
alabemos a Dios; es más a Dios le gusta que le alabemos con todo el alma y el
corazón. Y su palabra dice que: "El habita en medio de las alabanzas de su
pueblo".
Pero, más que alguien que le
alabe, Dios anda buscando alguien que le adore, en Espíritu y en verdad. Porque
aunque Dios habita en medio de las alabanzas de su pueblo, la manifestación
real de su poder la vemos cuando nos convertimos en verdaderos adoradores.
Mientras el rey Salomón
dedicaba el templo, que el mismo le había construido a Dios, pasó algo
maravilloso. Salomón comenzó su discurso de dedicación del mismo, alabando a
Dios, por todo lo que el Señor había hecho por su pueblo y por su siervo.
Reconociendo que Dios no habita en cuatro paredes, diciendo que si los cielos
de los cielos, no podían contener a Dios, cuánto menos esta casa que yo he
edificado (1 Reyes 8:27), la Reina Valera de 1909 lo dice de esta manera: Mas
¿quién será tan poderoso que le edifique casa? Los cielos y los cielos de los
cielos no le pueden comprender; ¿quién pues soy yo, que le edifique casa, sino
para quemar perfumes delante de él?
Salomón a pesar de ser el
hombre más poderoso de su época, reconoció que el no era nadie delante de la
majestuosidad y la grandeza de Dios, por lo tanto comenzó a alabar a Dios, pero
la alabanza fue subiendo de nivel, y en vez de alabar, de repente Salomón se
encuentra adorando al Rey de reyes y Señor de señores, y al entrar en ese nivel
de Adoración, se olvidó de que él era el rey, se olvidó de todo lo que
acontecía a su alrededor, al igual como años antes, lo había hecho David su
padre, cuando llevaba el Arca de Jehová, para Jerusalén, que era tanta su
emoción, que su alabanza subió de nivel y se convirtió en Adoración , y en
medio de todo su pueblo, a la vista de toda su gente el rey se convirtió en
plebeyo, porque no importa si usted es el empresario más rico del país, no
importa si usted es el hombre más importante de su pueblo, no importa si usted
es el abogado, el médico, el ingeniero más famoso de su pueblo, cuando entramos
en ese nivel de Adoración , nos olvidamos de todo y de todos. Solo queremos
postrarnos. Solo queremos adorar. Solo queremos bendecir. Solo queremos exaltar
al Dios Altísimo.
Por eso David comenzó a danzar, delante de toda su gente. Se
quitó sus vestidos reales, y adoró a su Dios, con todas sus fuerzas, con toda
su alma y con todo su corazón. David era un verdadero adorador. Su hijo
Salomón, no pudo resistir la dulce presencia de Dios, y no tuvo más remedio,
que delante de miles de personas que estaban presentes en la inauguración del
templo, que postrarse, que tirarse de rodillas, porque la nube de Jehová
inundaba su casa. Llenaba el templo de su gloria. Los sacerdotes y todos los
presentes no pudieron hacer más nada que adorar y bendecir el nombre del Señor.
No sé si eres capaz de pasar al siguiente nivel de gloria. De pasar de alguien
que alaba a Dios, a alguien que adore al Señor. Dios anda buscando verdaderos
adoradores, que le adoren en espíritu y en verdad. Pablo y Silas, aprendieron a
reconocer ese nivel de gloria. Estaban en la cárcel de Filipos. Pero aunque
estaban encadenados, atados de pies y manos, sus bocas y sus mentes no lo
estaban, y en medio de la peor situación en la que puede estar un ser humano,
ellos entonaron cánticos de adoración a Dios y en medio de esas alabanzas el
Señor rompió las cadenas que le ataban y los hizo libres. Porque la verdadera
adoración trae paz a nuestras mentes y libertad a nuestra alma.
Dios te bendiga.