jueves, 1 de septiembre de 2016

Una cita en el Altar. 3ra parte: Dudas acerca de la oración.


Tenemos muchas dudas acerca de la oración.  Nos sorprenderíamos cómo ellas serían resueltas simplemente si oráramos. Así de simple.  Porque lo más difícil de la oración, es orar.  Es curioso que la mayoría de las dudas que la gente manifiesta acerca de este tema tengan que ver con las “formas externas”;  que son, justamente, las que a Dios menos le interesan.

Cuando hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos referíamos a lo que la tradición cristiana ha denominado “el padrenuestro”; que no es otra cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús.  De manera que no hay especial virtud en repetirlo porque ese no fue su diseño.  Si examinamos con detenimiento el modelo de Jesús, descubriremos que esa estructura es una verdadera revisión de la vida.  Debe preocuparnos que la iglesia universal no ha obedecido la indicación del Hijo de Dios  cuando nos exhortó: “…vosotros, pues, oraréis así”.


En un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a analizar el padrenuestro para  introducirnos en los elementos constitutivos de lo que debe ser la oración de un cristiano.  “Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre.  Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”. Mateo 6:9-13. Lo primero que nos  impresiona es la palabra “Padre” al comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte que hace Jesús.

La tradición judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en un esfuerzo “reverente” por no tomar en vano el nombre del Altísimo.  Lo más interesante de esto es que la palabra que propone Jesús  en la entrada de la oración es  “padre”, que usada en el Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que representaba la forma más pura e inocente con la que los niños llamaban a su padre.  Es decir, Dios; quien es Rey de reyes y Creador y sustentador de cuánto hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones, no sólo nuestro Padre, sino que además nos invita a poner a un lado el miedo natural que todos le tenemos a Dios.

De manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido de nuestra oración es: No hay ninguna razón para tu miedo. Él es todo lo que es sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá.  Él te abraza, y te acoge, te da seguridad en su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor, ¡Nunca le tengas miedo a Dios, porque sin dejar de ser tu Dios, es tu papá!

Es hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que como tal me trata.  No tenemos que venir a la presencia del Altísimo como si nos estuviera esperando para castigarnos.  Ese no es el carácter de Dios.  Si es cierto que el padrenuestro es una invitación divina  a revisar de mi relación con Dios, no debemos temer abandonarnos en sus manos.  La figura del padre significa, protección, compañía, afecto, seguridad, provisión.  Sin embargo, puede ser que nuestra relación con nuestro padre biológico no evoque precisamente esas emociones.  En ese caso, debemos confiar en que Dios no es culpable de los errores humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él para sanar todo recuerdo que nos cause dolor.

Esta sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que seamos curados; pues no se trata de una carrera de velocidad sino de resistencia.

Inmediatamente, la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como “Nuestro”. Esta palabra es interesante porque implica necesariamente relación.  No podemos negar que las relaciones humanas son, por naturaleza, especialmente difíciles. 

A los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero se crean  muchos ruidos cuando se produce el fenómeno de comunicación entre nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como ellos son y tampoco es sencillo mirar dentro de nosotros mismos y ser objetivos.

El servicio que prestamos a la obra de Dios se ve obstaculizado cuando no entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. Mateo 5:23-24.   Es claro que la oración se ve afectada cuando intentamos  comunicarnos con Dios sin antes resolver nuestro asunto con los hombres.

El “nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una palabra hueca. La dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de la prueba al momento de resolver el conflicto. Hay muchas razones que nos separan y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando oramos tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener relaciones sanas entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.

Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así sea, la norma bíblica está expresada con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu hermano”.  Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción de que  no comenzamos el conflicto. Si queremos tener comunión con Dios debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien pagó por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué tengo que morir?, yo no tengo la culpa. La culpa era nuestra, los pecadores somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y sin Dios. No esperes que venga a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te cuesta hacer eso, la solución está en la oración. De eso se  trata.

De manera que en la oración debes entender que te estás dirigiendo a tu padre Celestial y que antes de presentarnos a Su altar es importante resolver cualquier tipo de problemas con los hombres, independientemente de que tengas o no la culpa.

Por el pastor Néstor Blanco

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¡Dios te bendiga!