lunes, 5 de septiembre de 2016

Corriendo la carrera de la Fe



La nadadora sudafricana Natalie du Toit, tenía el sueño de participar en los Juegos Olímpicos y se preparó con mucho esmero. Sin embargo, en enero del 2001 le amputaron una pierna (de la rodilla para abajo) por un accidente de tránsito. De todos modos, jamás se dio por vencida y en un año regresó a las competencias compartiendo con el mundo su desafío.


Así, en mayo de 2008 participó de la maratón de 10 km de Sevilla, clasificando para los Juegos Olímpicos, donde tres meses más tarde completó otra maratón de 10 km estableciendo un récord de dos horas cuarenta y nueve segundos, ocupando el puesto dieciséis de veinticuatro participantes. Había superado a nueve nadadoras completamente sanas.

Natalie tiene colgada en su habitación esta frase: "La tragedia en la vida no consiste en no alcanzar tus metas, sino que reside en no tener metas que alcanzar".

La carrera del cristiano

Pablo se describe como un atleta en una carrera (Filipenses 3:14), el cual pone todo su empeño y avanza con intensa concentración para no dejar de llegar a la meta que Cristo le ha puesto por delante: su perfecta unión con Cristo, ganar almas para Él, su salvación final y su resurrección de entre los muertos. Ese fue el propósito de la vida de Pablo. Él había recibido una vislumbre de la gloria del cielo (2 Corintios 12:4) y había resuelto que su vida entera, por la gracia de Dios, giraría en torno a su determinación de seguir adelante hasta llegar algún día al cielo y ver a Cristo cara a cara.

“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,
prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
Filipenses 3:13-14

Esta carrera es la prueba de la fe durante la vida en este mundo, justamente por ello es que debemos correrla como la Palabra de Dios nos indica:

- Con paciencia, es decir, con perseverancia y constancia, sabiendo que la manera de alcanzar la victoria es la misma que para los santos de Hebreos 11, es decir, esforzándose hasta llegar a la meta.

- Despojándonos de los pecados que nos asedian o demoran y fijando la mirada, la vida y el corazón en Jesucristo y en el ejemplo de obediencia perseverante que dio en la tierra.

- Consciente de que el mayor peligro es la tentación a ceder al pecado, a regresar a la patria de donde salimos y volver a ser ciudadanos del mundo.

“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.”


Jesús, nuestro ejemplo

En la carrera de la fe, los creyentes vemos a Jesucristo como nuestro ejemplo de confianza en Dios, de consagración a su voluntad, de oración, de victoria sobre las tentaciones y el sufrimiento, de constancia a la fidelidad al Padre y del gozo que podemos esperar al terminar la obra para la cual Dios nos ha llamado.

También vemos a Jesucristo como nuestra fuente de fortaleza, amor, gracia, misericordia y ayuda.

Como bien sabemos, tener a Jesucristo como nuestro mayor referente significa andar como Él anduvo (1 Juan 2:6). Pero esto es imposible sin la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Sencillamente no podemos andar como él anduvo sin contar con su fiel acompañante de ministerio. 

Si bien parece algo obvio, deja de serlo cuando poco a poco lo vamos dejando a un lado al sustituirlo por las formas humanas de “servir a Dios” que nos hemos inventado. Todas ellas vacías, totalmente desenfocadas de la Palabra de Dios, que simulan honrar al Padre cuando en realidad sólo le roban la gloria o lo dejan mal ante la iglesia y los demás.

Es necesario ser siempre conscientes que prescindir del Espíritu Santo es un grave error que podría llegar a costarnos muy caro. Tanto, como la imposibilidad de correr la carrera de la fe de la manera que el Padre había establecido que la corriéramos. Por empezar, sin Espíritu Santo no hay fe, mucho menos sabiduría, y ni mencionar la gracia que necesitamos para atravesar las pruebas y obtener la victoria. El hacerlo todo sin tener en cuenta a su Espíritu le estamos diciendo al Señor que no lo necesitamos para nada, pues nosotros podemos solos. Es por eso y más, que el capricho de conducirnos a nuestro modo está totalmente en contra de la voluntad de Dios y por lo tanto es una gran ofensa hacia su persona. 

¿Acaso podemos ver la seriedad de esta situación? Estamos cambiando, nada más y nada menos, que la dirección de Dios por nuestra limitada mentalidad, por querer seguir nuestro engañoso corazón del que no puede salir más que inmundicia. 

Si Jesús, siendo el Hijo de Dios, necesitó de la compañía constante del Espíritu Santo ¿Qué nos hace pensar que nosotros podremos sin Él? ¿De qué ejemplo podemos estar hablando que seguimos si la fuerza central que llevaba a Jesús a hacer la voluntad del Padre no es realmente la que habita en nuestros corazones?¿Cómo se supone que podremos cumplir la perfecta voluntad de Dios sin esa persona de la Trinidad que nos guía a toda verdad?

Si ni siquiera sabemos pedir como conviene, si no sabemos lo que sucederá en el próximo minuto ¿Cómo es que una y otra vez insistimos en tomar el timón de nuestra vida sólo para volver a comprobar que no hacemos más que llevarla al fracaso?

Si en verdad queremos correr la carrera de la fe con éxito, debemos hacer del Espíritu Santo nuestro compañero de vida, el centro de toda nuestra atención debe estar puesta en Él ya que estamos hablando, nada más y nada menos que de Dios mismo en nosotros.

No hay ni un pasaje bíblico que nos muestre que el apóstol Pablo haya servido a Dios sin la guía del Espíritu Santo. Él sabía muy bien que si no estaba sometido a la voluntad de Dios, su carne lo llevaría al desastre. Por eso sus acertados consejos expresados en Romanos 8 en los que nos manda a que vivamos en el Espíritu. El versículo 14 dice claramente:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu Santo de Dios, éstos son hijos de Dios”

Que hoy podamos meditar en esta verdad y pedirle al Padre que nos ayude a permitirle al Espíritu Santo obrar en nuestros corazones. De manera tal que dobleguemos nuestra carne a su completa voluntad para poder correr con paciencia la carrera que tenemos por delante con la mirada puesta en el Invisible. Teniendo siempre presente que con nuestras propias fuerzas no podremos llegar lejos pero que en total dependencia a Él, sí lo lograremos.

¡Dios te bendiga!